La revisión de la inmortalidad en clave vampírica, que plantea el director vasco Igor Legarreta en ‘Todas las lunas’ (su segundo largometraje), toma forma de bellísima fábula existencial. La perspectiva que aporta no es novedosa. La hemos contemplado en el cine reciente a partir de títulos como ‘Entrevista con el vampiro’, en su versión más comercial, o ‘Déjame entrar’, que supuso una vuelta de tuerca al género, sobre todo por su impactante desenlace.
Sin embargo, Legarreta aporta algo ya presente en su ópera prima, ‘Cuando dejes de quererme’, capacidad de enganche. Sigo con atención, sin desentenderme, la historia que me están contando. Finales del siglo XIX, estamos en las vascongadas. En un orfanato, una joven (Haizea Carneros) es rescatada de los escombros tras una explosión. Su salvadora (Itziar Ituño) que a partir de ese momento la adopta, guarda enigmáticos secretos. Cuando un accidente las separe, esta niña compartirá sus días junto a Cándido (Josean Bengoetxea), un hombre humilde que la acogerá como a una hija.
Lograda atmósfera. Buena película
La protagonista va a experimentar las consecuencias de la inmortalidad, el no envejecimiento, vivir un engaño, algo que no ha elegido. Notable debut de Haizea Carneros. Con tan sólo doce años es capaz de canalizar un torrente de sensaciones, con la fragilidad como socia ineludible. ‘Todas las lunas’ nos introduce en un mundo deliberadamente oscuro: entorno rural, de profunda religiosidad, a lo que se añade la ambigüedad de ciertos personajes y situaciones, conformando una atmósfera penetrante.
Un estilo visual que sabe transmitir emociones, hace el resto. La dicotomía muerte y vida eterna, que se abre paso tras sendas escaramuzas, ya sea en la última carlistada o al comienzo de la guerra civil, conforman alegorías de cine profundo. En ‘Hook’, el Peter Pan encarnado por Robin Williams, al ser consciente de no volver al mundo de »Nunca jamás», dice: »vivir será una gran aventura».
Pues eso.
Nuestra valoración