Tras trece años alejado del cine, el director francés Christian Volckman regresa a la gran pantalla con ‘The room’. Reconocido por el manejo de la captura de movimiento en sus trabajos de animación, que aplicara en su ópera prima ‘Renacimiento’, se aproxima al género de la ciencia ficción más allá del mero thriller, componiendo una aguda crítica social.
Del todo se pasa a la nada
Kevin Janssens y Olga Kurylenko dan vida a una pareja que se traslada a una apartada casa. Necesitada de reformas, mientras realizan labores de intendencia, van a descubrir un habitáculo que ofrece a sus moradores aquello que deseen. Convertida en una lámpara de Aladino, a la orgía materialista en la que sucumben los protagonistas le seguirá una progresiva ansiedad, conforme esa habitación va destapando sus secretos.
Del éxtasis se pasa a la angustia sin solución de continuidad. Una resaca en toda regla que el dúo protagonista equilibra con circunspectas interpretaciones. Volckman somete el instinto maternal, el deseo de ser madre al escrutinio del psicoanalista. Y el complejo de Edipo emana en una atmósfera opresiva. Miedos, incertidumbres, dudas existenciales desfilan ante la cámara de un creador al que se le atisba cierta finura, mientras sus personajes viven su particular descenso a los infiernos al confundir lo terrenal con lo espiritual.
Giros de guión efectistas
Buscando la sorpresa y el deleite por encima de la excelencia, ‘The room’ se modela como una obra de género, nutriéndose de los consiguientes giros de guión. Un artificio al uso para mantener la atención del espectador.
La puerta que abre paso a morada tan singular, posee figuras que bien podrían formar parte de una novela de Dan Brown, con su Robert Landong desentrañando (o inventando) aquello que parece ilegible. Al igual que el enjambre de cables que envuelve la mansión, un holograma en toda regla que Volckman no aclara. Ni le da más trascendencia que lo meramente formal. Un ejercicio de estilo tan barroco como inane.