El director Vincent D’Onofrio nos presenta en ‘Sin piedad’ una interpretación libre muy personal, del enfrentamiento que mantuvieron a finales del siglo XIX dos de los personajes más carismáticos en la historia del oeste americano. De un lado el criminal William Henry McCarthy, más conocido como Billy «El niño», y de otro el sherriff Pat Garret.
Un muchacho indefenso, perdido en un despiadado universo
Esta disputa se narra a través de las vivencias de un joven muchacho, que huye junto a su hermana mayor de un tío carnal. La violencia familiar, en un entorno con la regla del más fuerte como único referente, sirve de detonante para que ambos hermanos pongan tierra de por medio. El poder sugestivo del miedo, del pánico llevado a último extremo, encuentra asiento en la relación que el joven protagonista mantiene con el delincuente y la autoridad.
D’Onofrio presenta a un Billy «El niño», sin el acusado perfil de psicópata asesino en el que ha quedado encasillado dentro del imaginario colectivo. Este adolescente se encomienda a él como último recurso, buscando en la bestia, un salvador que palie sus problemas. La cinta humaniza su figura, poniendo en los ojos del protagonista, ese delicado cóctel, mezcla de fascinación y prevención, frente a un sujeto que adquiere ante su debilidad, un aura legendaria.
Ethan Hawke es el sheriff Pat Garret
Ethan Hawke da vida a Pat Garret. No atisbo en su interpretación, ni en el desarrollo de la historia, esas características y peculiaridades de los duelos épicos. Lo conservador de la propuesta se impone a elementos más transgresores. Siendo una temática proclive a la acción, con posibilidades diversas, sigo con relativo interés las andanzas de los personajes. Hecho en falta miradas, desafíos, momentos de tensión que han engrandecido un género cinematográfico que tiene en esta ‘Sin Piedad’, un título de esos a los que no recurres en segunda lectura.