Unas huellas en las nevadas y gélidas calles de Chicago, que se pierden en el horizonte, hacen saltar todas las alarmas. Una anciana enferma de alzheimer (Blythe Danner) escapa de casa en plena tempestad y su marido (Robert Forster) e hijo (Michael Shannon) emprenden una intensa y frenética búsqueda. Temen lo peor. Requieren la presencia de Bridget (Hilary Swank), hija del matrimonio que acude a la llamada desde la distante California. La enferma es encontrada sana y salva. En ‘Lo que fuimos’, la debutante Elizabeth Chomko reúne a una familia, colocándola ante la odisea de una dolencia tan devastadora.
Las historias que versan sobre enfermedades, sus consecuencias y múltiples derivaciones, no son sencillas de gestionar. Llego a ellas con cierto reparo. En demasiadas ocasiones me encuentro con un dramón exasperante, donde la agudeza deja paso al trazo grueso. Y la propia inercia hunde la propuesta en el fango. Chomko sortea lo anterior aportando una emotividad fresca, nada empalagosa. Retrata a los personajes en un ejercicio de estilo austero. Expone sus contradicciones de manera contenida.
Diferentes perspectivas para un problema
Los protagonistas juzgan la situación con ópticas divergentes. El padre, con arraigadas creencias religiosas, se niega a que su mujer sea recluida en una residencia. Los hermanos creen en la necesidad del internamiento. El hijo lo hace desde la exigencia, la hija opta por sugerir.
En ‘Lo que fuimos’, la dureza e inflexibilidad del que vive el día a día, se contrapone con la actitud benevolente y conciliadora de la que contempla el escenario a 2000 kilómetros de distancia. Son posiciones nada fáciles de armonizar. No hay verdades absolutas, ni soluciones mágicas. ‘Lo que fuimos’ las trata con gusto, sin histrionismos innecesarios.
Vuelta a los orígenes. Empezar de nuevo
La cinta transita lugares comunes al reverdecer Bridget viejas sensaciones tras su regreso a casa. No hacen sino alumbrar una infelicidad largo tiempo incubada. Esa vuelta al lugar de juventud, aflora un infortunio en lo personal, que trae a cuestas una implacable soledad.
Hay cierta tragedia cómica en la contemplación de los efectos de la desmemoria. A veces es preciso caer muy bajo, tocar fondo y asomarse al precipicio para encontrarse a uno mismo.