El tratamiento de la maternidad o, para ser precisos, la imposibilidad de la misma que ofrece ‘La vida que queríamos’, producción original de Netflix dirigida por la debutante Ulrike Kofler, está embriagada de sutileza y buen gusto. Lavinia Wilson y Elyas M’Barek dan vida a un matrimonio vienés que anhela tener un hijo. Han pasado por varias fecundaciones in vitro, todas ellas infructuosas. Cada intento fallido alimenta esa ingrata sensación de fracaso que deja vía libre a la ansiedad.
Poniendo tierra de por medio, la pareja toma unos días de descanso en un complejo de Cerdeña. Y como la felicidad depende de la predisposición personal, del estado de ánimo, los valores adquiridos y no tanto del entorno presuntamente paradisíaco en que uno se encuentre (geniales las reflexiones de Rafael Santandreu en el libro ‘Ser feliz en Alaska’) los días de asueto quedan lejos de suponer el bálsamo esperado.
Una narración sencilla para reflexiones profundas
La presencia de una familia de turistas en el apartamento de al lado, otro matrimonio con un hijo adolescente y una niña de corta edad, va a trastocar las estructuras emocionales de los protagonistas. A partir de una escritura sencilla, buen ejemplo de lo compatible del recato argumental con la plasmación de ideas complejas, ‘La vida que queríamos’ dibuja un retrato veraz acerca del extravío vital.
La frustración, los reproches, la ausencia de chispa a causa el sentimiento de pérdida y la monotonía que se cierne sobre el futuro cuando las expectativas naufragan, se muestran con sensibilidad. Sin invocar al recurso facilón de lo trágico. Una aproximación a los sinsabores de la vida donde se resaltan algunos de los condicionantes que nos rodean. Una incertidumbre y relativismo que dejan poco espacio para las ideas y creencias inamovibles. Wilson y M’Barek están a la altura de un drama intimista que llama a la reflexión.
Buena.
Nuestra valoración