‘La odisea de los Giles’ es el enésimo asalto dentro de esa imperecedera batalla entre el pueblo y la banca. Un grato thriller con buenas dosis de comedia negra, y con el trasfondo del Corralito argentino como marco, que transforma al ya icónico Bombita de ‘Relatos salvajes’ (Damian Szifron, 2014) en un Danny Ocean rural con el fin de comandar al pueblo en su lucha contra el hijoputismo. Buen cine social con un relato casi atemporal, por desgracia, en el que solo he echado de menos a Terele Pavez diciendo aquello de: «…a mí lo que me dan miedo son los hijos de puta».
Objetivo fijado
La excelsa, y por desgracia poco conocida ‘Un cuento chino’ (2011), me descubrió al realizador argentino Sebastián Borensztein. Desde entonces le sigo tan atentamente como si yo un vulgar carterista fuese y él un despistado transeunte. A Ricardo Darín lo sigo, y venero, desde tiempos inmemoriales. No sabría decir en qué película me prendé de él.
Así que, vistos los precedentes, no necesitaba muchos más alicientes para meterme de cabeza en una proyección de ‘La odisea de los Giles’, último trabajo de Borensztein. El cual, además, representará a Argentina en los próximos Goya al tiempo que aspira a hacerlo también en los Oscar. Ceremonia en la que, no nos engañemos, tiene harto difícil entrar. El nivel del cine en habla no inglesa en este 2019, para nuestro gozo, ha sido muy alto.
Trazando el plan
‘La odisea de los Giles’ nos sitúa en un pueblecillo de Buenos Aires, en los albores del Corralito. Fermín, junto con familiares, amigos y conocidos de la localidad, decide sacar adelante una cooperativa agrícola abandonada. Para ello aúnan ahorros. Pero una mala decisión de este, propiciada por un espabilado banquero y agrandada por un abogado sin escrúpulos, acaba convirtiendo todos esos ahorros en papel mojado. Ahora a Fermín no le queda otra que tomar cartas en el asunto para que esta afrenta no quede impune. El robo más impensable está a punto de dar comienzo.
El que roba a un ladrón… Saben como continúa el refrán ¿verdad? Pues bajo esa máxima desarrolla Sebastián Borensztein ‘La odisea de los Giles’, un buen thriller con tintes de comedia negra que nunca deja de lado el drama. Y todo ello enclavado dentro del cine social.
El día del golpe
No pienso negar que ‘La odisea de los Giles’ podría haber explotado bastante más el cinismo tallado en su espíritu, a lo que hay que sumarle una excesiva tendencia de Sebastián Borensztein por el humor localista argentino. Al final determinadas coñas de la película quedan recluidas, única y exclusivamente, al público albiceleste. Un poco lo que pasa con parte del humor usado por Santiago Segura en su saga ‘Torrente’, fuera de nuestras fronteras muchos de sus chistes pierden efectividad.
Otro defectillo de ‘La odisea de los Giles’ es que el producto, durante su parte central, pierde algo de fuelle. Todos los pormenores del golpe y su preparación acaban resultando poco estimulantes. En esa parte la obra se entrega demasiado a unos personajes del todo entrañables y a los que se les coge cariño, pero carentes de un gag que les haga triunfar definitivamente. Y digo gag porque ‘La odisea de los Giles’ vive en la comedia, si fuese un thriller de acción pues diríamos que a los protagonistas les faltan set-pieces de acción que les hagan ser más que simples personajes bien trazados.
Ver en pantalla juntos, por primera vez, a Ricardo Darín y a su hijo, Chino Darín, es otro premio, para nada menor, de ‘La odisea de los Giles’. Otro gancho más, por si aún no han tenido suficiente con las loas relatadas anteriormente, para descubrir una de las mejores cintas argentinas del año.