En ‘La música del terremoto’, última película del director Wash Westmoreland que distribuye Netflix, los personajes principales son deliberadamente ambiguos. Sus actitudes, comportamientos y la forma de relacionarse entre ellos se sitúa al lado de lo excéntrico. Se configura un thriller psicológico al que apuntala un estilo visual y unos encuadres donde las miradas de los protagonistas ganan terreno a la intriga.
Un encuentro casual, une a dos desconocidos
Lucy Fly (Alicia Vikander), es una sueca que lleva largo tiempo instalada en Japón trabajando como traductora. Conocerá la atracción cuando se cruce en su camino Teiji (Naoki Kobayashi), un apuesto japonés, que nos recuerda por su vaga personalidad al James Spader de principios de los ochenta. Completamente enamorada, Lucy pasará largas horas frente a la cámara de Teiji.
Con la fotografía convertida en todo un fetiche, la carga erótica emana a borbotones. Y Alicia Vikander, actriz extraña, espléndida, de interior inescrutable, transforma su languidez de espíritu en desconcierto emocional, conforme un extraño hipnotismo se apodera de un carácter golpeado por tremendos traumas (»me persigue la muerte», llega a decir). La presencia de otra occidental, Lily Bridges (Riley Keough), con la que entablará amistad, cerrará un trío marcado por la desconfianza y los siempre desconcertantes celos.
Se investiga la desaparición de Lily
Westmoreland narra la desaparición de Lily, de la que su amiga es sospechosa, con los mismos mimbres que empapan el resto del metraje. En este aspecto ‘La música del terremoto’ no logra impregnar al suspense de la condición perturbada y anómala que aqueja a los intérpretes. No hay sorpresas en un desenlace plano, que anda por debajo de sus premisas iniciales.
Quédense con lo que la cinta ofrece de desasosiego. Con esas partes del proceder humano que nos son a la mayoría ajenos, pero que abren paso a la curiosidad.