La guerra submarina, antaño de vital importancia, ha ido objeto de grandes análisis. El cine se ha encargado de apuntalar un prestigio que convertía a los tripulantes de sumergibles en una élite. Misiones suicidas, empresas nunca antes emprendidas, llevadas a término con precisión cirujana, con la puesta en práctica de una tecnología revolucionaria, le han reservado su lugar en el arte de la guerra. ‘El submarino’, de Wolfgang Petersen, y ‘La caza del octubre rojo’, de John McTiernan, constituyen el cénit de un género que hace bueno aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor. ‘El canto del lobo’, original de Netflix, propone una ficción que coloca al mundo frente al apocalipsis nuclear.
Propuesta caduca. Me sabe a vieja
Tengo la sensación durante su visionado, de estar presenciando un mundo ya desaparecido. A la saga de James Bond y a las cintas de espías, les llevó un tiempo adaptarse a un mundo sin bloques. En ‘El canto del lobo’, una Francia desprovista del amigo americano, se las tiene que ver tiesas ante la amenaza rusa.
Lo mediocre del planteamiento se impone a lo opulento de la producción, merced a una narración que lleva impresa el distintivo de la previsibilidad. En ‘El canto del lobo’, las imágenes son efectivas, en un derroche de medios al que no acompaña el fondo de la historia. Un comandante de submarinos (Reda Kateb) y un experto en audiometría (François Civil), van a mantener un enfrentamiento seco, áspero, sin concesiones a la galería para evitar la hecatombe. La política de disuasión queda en manos de un soldado, un sólo hombre dotado de una capacidad auditiva excepcional.
Dos buenos actores encorsetados
Es acertada la elección del dúo protagonista. De características eminentemente físicas, con afiladas y marcadas facciones, dan la talla en una propuesta que no es capaz de desarrollar todo su potencial. El guión serpentea por muchos caminos, sin encontrar nunca el rumbo. Hasta se nombra la transformada de Fourier. Guiño al notable matemático francés, de cuyos trabajos se siguen extrayendo insospechadas aplicaciones.
Lo bueno de la obra es que pronto dejas de tomártela en serio. Sigues las andanzas de los personajes con poca exigencia, lo cual tiene sus ventajas. Y no deja de sorprenderme la apuesta de Netflix por engordar su catálogo. Burro grande, aunque no ande.