En su ópera prima, el director argentino Gonzalo Javier Zapico, se adentra en ‘El bosque de los perros’ por la muchas veces explorada versión del reencuentro. El de un protagonista que retorna tras largo tiempo al lugar de su juventud. Ese regreso a los orígenes hará que se manifiesten viejas sensaciones, recuerdos no siempre gratos de los que un día se huyó. Llegada la hora de enfrentarse a sus propios demonios interiores, las hostilidades se desatan.
Una vida marcada por dos relaciones
La protagonista se llama Mariela, llega desde Buenos Aires al pueblo de su infancia tras 17 años. Pese a su juventud ha enviudado. Sólo le queda una tía, a la que le pregunta por los Méndez. Genérico apellido que esconde la identidad de sendos hermanos, con los que antaño sostendrá un triángulo de relaciones enmarañadas.
Las miradas de los lugareños hacia Mariela, mezcla de prevención y curiosidad malsana, refuerzan la tensión de ‘El bosque de los perros’, terminando por perfilar un aura de catastrofismo que pareciera envolverla. El inevitable encuentro con los hermanos, abre la puerta a un thriller selvático, crudo y brutal a partir de un realismo descarnado. Un crochet directo al mentón del espectador.
Personalidades complejas. Nada lineales
‘El bosque de los perros’ sigue la estructura clásica del subgénero, con dosificados flashback que desenredan una trama áspera, compleja, en la que los personajes no son ni intrínsecamente buenos ni pérfidamente malos. Poseen sus claroscuros. Zapico les atribuye una ambigüedad que acerca su historia a la vida. Le da vigor y verosimilitud.
Juegos de juventud, pequeñas travesuras infantiles que disfrazan ciertas perversiones, pueden marcar de por vida. La sugestión ante lejanos recuerdos se pone al servicio de un saldo de cuentas con aroma a venganza. Siguiendo las formas y maneras que perfilan el film, la misma se gestiona en caliente, en un desenlace efectista.