Para caracterizar la vida moderna en los países prósperos, aunque sólo se pretenda realizar un somero análisis social, hay que acudir al psicoanálisis. Nunca las consultas de los profesionales del estado mental han estado tan saturadas. Personas de todo pelaje y condición ven en la terapia (o la medicación antidepresiva) una salida para soportar las exigencias, reales o inventadas, del tiempo que nos ha tocado vivir. Richard Linklater, adaptando una novela de Maria Semple, presenta en ‘¿Dónde estás, Bernadette?’, uno de esos casos en que el cerebro humano muestra su lado indescifrable, indómito, y lo que es peor, esa parte de imprevisivilidad tan incómoda.
El problema radica en que Linklater lo ejecuta a través de una mujer, a la que da vida Cate Blanchett, cuyo tormento interior, sus dudas, sus agobios, que nutren una galopante fobia social, surgen de la nimiedad. No logra trascender en ningún momento. Ayuda poco una interpretación histriónica, una sobreactuación en toda regla con la que Blanchett logra ponerme de los nervios.
Los problemas de esta señora, bañados por la insignificancia
Esta mujer parece tenerlo todo. Una hija brillante, fruto de un matrimonio que no ha perdido el amor por el paso de los años, a lo que se añade una desahogada situación económica. Conforme ‘¿Dónde estás, Bernadette?’, va poniendo pistas sobre las causas de su extraviado juicio, más hilarante me resulta el planteamiento. La maternidad, el miedo al fracaso, una vocación largo tiempo abandonada y un entorno que siempre contempla desde la lejanía, desfilan en un despropósito narrativo.
Si como comedia es tan ligera, que apenas si parece una comedia, como melodrama invita a la risa involuntaria. Cuando la protagonista desaparece, hija y cónyuge emprenden una búsqueda tan grotesca como el resto de la película. A lo que secunda un desenlace más propio de cuento navideño. Y no al resultado de una reflexión profunda sobre lo enigmático de nuestro pensamiento.
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