En ‘Cry Macho’, última película del nonagenario Clint Eastwood, su mirada hacia los terrenos de la redención ya no es cómo antes. Ahora sus propósitos son mucho más modestos. No pretende salvar al mundo, ni a los indefensos con los que tropieza, aunque llegue a empatizar con ellos. Basta con salvarse uno mismo. Lejos quedan los apuntes de índole moral en ‘Gran Torino’ y ‘Million Dolar Baby’; o el sombrío peso del pasado de ‘Mistic River’ y ‘Sin perdón’. Obras grandes de un cineasta sin igual, cuya última entrega supone una china (casi un pedrusco) en las botas de cowboy, que con tanto brío ha lucido, dejando huella indeleble en la historia del cine.
La cinta abraza un tono amable y simpático, presente en buena parte de su postrera filmografía. Pero es un autor del que siempre esperas mucho más. Interpreta a un viejo vaquero que tiene una deuda pendiente con su antiguo jefe (Dwight Yoakam). Lejos quedan sus días de gloria, cuando una desgracia personal inició un declive tanto en lo profesional como en lo personal. Para saldar cuentas debe partir hacia México con la finalidad de traer de vuelta al hijo de su patrón (Eduardo Minett). Un adolescente víctima de una familia disfuncional, que pulula por las calles ganándose el sustento en peleas de gallos de escaso lustre.
Película menor en la filmografía de Clint Eastwood
Durante el viaje de regreso a Estados Unidos, la pareja va a experimentar un proceso de autodescubrimiento que me resulta un tanto nimio. En una zona rural interactuarán con una mujer viuda y su numerosa familia, descubriendo uno, volviendo a saborear otro, sensaciones que no me acabo de creer. Los diálogos entre adulto y joven, vacuos e intrascendentes, no sugieren pasión ni otras sensaciones diferentes al tedio, en una narración uniforme y plana. Eastwood no se aleja del estereotipo en su visión del país vecino, marcado por la condescendencia hacia un territorio salvaje, de sentimientos a flor de piel donde todo es posible. Una mirada típicamente romántica que ‘Cry Macho’ no llega a explotar.
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