’37 segundos’, minúsculo espacio temporal que señala la tenue frontera entre plenitud y mengua. Es el tiempo que estuvo el cerebro de Yuma (Mei Kayama), protagonista de la película, sin recibir oxígeno al nacer. Las consecuencias se arrastran de por vida, en forma de una parálisis cerebral que la mantiene en silla de ruedas, limitando muchos movimientos corporales. Distribuida por Netflix, se presentó en el último Festival de Berlín, obteniendo el premio del público dentro de la sección Panorama.
Una actriz amateur, con parálisis cerebral, en el papel principal
Hikari escoge para el papel principal a una joven amateur, aquejada de la misma dolencia de la que pretende hablar. Y Mei Kayama hace buena la idea de su directora, a partir de una interpretación estupenda, llena de sensibilidad, sin el más mínimo aspaviento. Su rostro, con primeros planos sutilmente escogidos acercan el dolor, el deseo, la vergüenza, la timidez y las ansías de libertad de una joven de 23 años con todo por delante.
Ese es precisamente el núcleo central sobre el que gira ’37 segundos’. Las ganas de vivir. Romper muchas de las cadenas que la mantienen constreñida, sin poder tocar una existencia plena. Los impedimentos físicos vienen por añadidura, y de su periplo parece desprenderse una idea: son más fáciles de lidiar que aquellos impuestos por agentes externos. Trabaja como ayudante de una influyente youtuber. Su sueño es convertirse en artista del manga, poder publicar sus cómics, encontrar el reconocimiento a su trabajo, a su talento. Su jefa la ningunea, no le ofrece visibilidad alguna, se aprovecha egoístamente de su esfuerzo.
La barrera laboral alterna con una madre sobreprotectora que la subestima. La cree incapaz de desenvolverse por sí misma. Son actitudes comprensibles en un progenitor, pero llevados a su último extremo, aportan esa dosis extra de inseguridad a quien, de salida, la existencia ya le ha quitado mucho.
Vivir, una gran aventura
Un encuentro banal, una conversación para su interlocutora trivial, provoca en la protagonista un efecto efervescente. Un pequeño estímulo que, en manos de alguien que ha vivido entre algodones, prende la mecha necesaria para tirar lastre. Emprende así un viaje de autodescubrimiento, en el que experiencias como el sexo, las fiestas y el alcohol con su posterior resaca, configuran vivencias (quizá intrascendentes para la mayoría), pero para estar mujer supone el paso hacia la independencia, sentirse libre, plena.
En su tramo final Hikari adorna el guion en exceso. Introduce secuencias poco compatibles con los parámetros que han regido el drama. En cualquier caso no alteran un conjunto solvente. Un retrato profundamente humano, que no le cierra la puerta al optimismo.
Recién termino de ver esta película y encontré su crítica, celebró que las personas con discapacidad realmente seamos protagonistas de nuestras historias. Me gustó porque no se cae en estereotipos me intenta inspirar a nadie, retrata muy bien las problemáticas que se dan con las familias.
Una película donde el amor propio gana la batalla … Hermosa bien lograda y el mejor papel protagónico 👏🏻👏🏻
En el ámbito de los afectos la película gana terreno. Tiene mucho que decir. Una pequeña joya.
Gracias por comentar
Excelente!!! No sé puede dejar de ver.
La protagonista: una actuación insuperable
Totalmente deacuerdo. Gracias por comentar.
Un saludo